martes, 5 de septiembre de 2017

Kerala y el kathakali

La imagen más icónica del sur de la India es, sin duda, un bailarín de teatro kathakali. "Kathakali" significa "relato" y es la forma que los indios del sur tienen de contar las historias de su mitología y uno de los eventos sociales más importantes en esta región.
Únicamente actúan los hombres, también en los papeles de mujer. Horas antes de la función se maquillan con tintes naturales (polvo de arroz, cúrcuma...) y se visten con trajes excesivos en detalles alhajas. Héroes, villanos, mujeres y dioses son representados con un traje y un maquillaje arquetípico y reconocidos al instante por la audiencia conocedora de esta práctica.
Lo extraordinariamente insólito de las funciones de kathakali es que los actores no dicen ni una sola palabra, sino que se expresan a través del movimiento de los ojos, la expresión facial y manual a través de gestos conocidos como "mudras" (comunes en la danza clásica de la India que nada tiene que ver con Bollywood). Acompañando a los mudras, la música de los tambores y el canto deja embebido en la historia al espectador y le coloca en las distintas emociones que se viven en la escena sin dejarle tregua.
Cuatrocientos años llevan contando los bailarines de kathakali sus historias de dioses y demonios, antes en los templos y actualmente, en los teatros, muchas veces para espectadores legos en materia de mitología hindú que se maravillan con los rituales de preparación de la escena, con los coloridos y ricos tejidos de los trajes y con lo exótico del lenguaje mímico y vocal.

El viejo proverbio "Una imagen vale más que mil palabras" toma en este caso todo su sentido.


  



lunes, 21 de agosto de 2017

Una lágrima para la eternidad

El Taj Mahal, destino obligado de todos los amantes de la India, merece sin duda las palabras que le dedicaron grandes poetas como Tagore. El emperador mogol Shah Jahan, el artífice de la construcción de este mausoleo, dijo que haría derramar lágrimas "al Sol y a la Luna" y aunque no sea literalmente así, la metáfora es comprensible para aquellos que hemos tenido la suerte de visitarlo.
Muntaz Mahal murió al dar a luz a su decimocuarto hijo en 1631, causándole tanto dolor a su esposo, el emperador, que el pelo se le encaneció en unos pocos días. Muntaz había sido su compañera inseparable y, dicen, su mejor consejera. Shah Jahan, en el lecho de muerte de su mujer, le prometió construir la tumba más rica y bella que se hubiera planificado jamás y esta empresa le llevó 22 años.
El Taj, de mármol blanco como la Luna, simétrico como los cuerpos de unos amantes que se abrazan y de líneas delicadas como el contorno de una mujer, se encuentra a orillas del río Yamuna. Más de 20000 personas de la India y de todo Asia Central, así como especialistas de Europa trabajaron para que el edificio encarnase la pureza, el amor y la belleza. Dice la leyenda que el emperador, celoso de su obra, ordenó cortar las manos a los artesanos que habían trabajado en él para evitar que pudieran repetir semejante maravilla.
Los materiales, entre ellos malaquita o lapislázuli, fueron traídos desde las zonas más lejanas, y toneladas de mármol se transportaron a través de la selva. Pero nada era suficiente para el emperador que gastó cerca de dos billones de rupias en la construcción del mausoleo. Nada era suficiente para demostrarle a Muntaz que seguiría perteneciéndole para siempre.
Shah Jahan fue destronado por su hijo Aurangzeb y apresado en el fuerte de Agra, desde cuyas ventanas podía ver el mausoleo. A su muerte, fue enterrado junto a su amada, entre fuentes, jardines, mezquitas y piedras preciosas.

El Taj, desde la azotea del hostel en el que nos alojamos, cuando en la noche apareció aquella sombra tan reconocible. El Taj, paseando a la mañana por los jardines. El Taj, desde dentro, cuando el espacio se llenó de silencio, a pesar de las voces de los turistas. Y al atardecer, cuando las luces de la tarde tiñeron el mármol de naranja y rosado en una secuencia lenta y sutil.
No me canso de cerrar los ojos e imaginarlo nuevamente, yo pensé que nunca me iba a volver a enamorar. Pero ocurrió.

jueves, 22 de junio de 2017

La estación de tren

Las estaciones de tren en India; llenas de todo y de nada, vacías de compasión, pero llenas de cuerpos fatigados, de chais y paquetes de galletas, de vagones oxidados, de carteles ilegibles, de bolsas de viaje (bolsas en el sentido literal), de mendigos, de niños hambrientos, de wáteres insalubres...

Arundathi Roy las describe así en un fragmento de «El dios de las pequeñas cosas».

«Ruidos de estación resonando.
Vendedores ambulantes de café. De té.
Niños demacrados, rubios, malnutridos, vendiendo revistas obscenas y coida que ellos no se podían permitir comer.
Chocolatinas derretidas. Cigarrillos de caramelo.
Naranjadas.
Limonadas.
Coca-Cola.Fanta. Helado. Batido.
Muñecas de piel de color rosa. Sonajeros. "Amores-en-Tokyo".
Periquitos de plástico llenos de caramelos con cabezas que se podían desenroscar.
Gafas de sol rojas con la montura amarilla.
Relojes de juguete con la hora pintada.
Un cargamento de cepillos de dientes defectuosos.
La estación Término del Puerto de Cochín.
Gris bajo las luces grises. Gente hundida. Sin techo. Hambrientos. Aún bajo los efectos de la última hambruna. Con su revolución propuesta, de momento, por el camarada E.M.S. Namboodiripad (Títere Soviético, perro del Gobierno). La antigua niña de los ojos de Pekín.
El aire estaba plagado de moscas.
Un ciego sin párpados, con los ojos tan azules como unos vaqueros gastados y la piel plagada de marcas de viruela, charlaba con un leproso al que le faltaban los dedos, mientras daba chupadas con gran destreza a unas colillas sacadas de entre un montón de basura que había al lado.
- ¿Y tú? ¿Cuádo viniste a vivir aquí?
Como si hubieran tenido la posibilidad de elegir. Como si hubieran escogido aquello como hogar entre una amplia colección de elegantes terrenos edificables en un catálogo de papel satinado.
Un hombre sentado sobre una balanza roja se quitó la pierna artificial (de rodilla para abajo) que tenía pintada una bota negra y un calcetín blanco. La pantorrilla hueca y abombada era de color rosado, como deben ser las pantorrillas que se precien (¿por qué repetir los errores de Dios al recrear la imagen humana?). Dentro de ella guardaba su billete. Su toalla. Su vaso de acero inoxidable. Sus olores. Sus secretos. Su amor. Su locura. Su esperanza. Su júbilo infinito. El pie de verdad estaba descalzo.
Compró un poco de té para llenar su vaso.
Una señora anciana vomitó. Un charco lleno de grumos. Y siguió su vida.
El mundo de la estación. El circo social. Donde la desesperación, con la locura del comercio, se iba volviendo en contra y, poco a poco, se convertía en resignación».

lunes, 15 de mayo de 2017

We but mirror the world

"Había algo en él que tocaba los corazones de todo el mundo, gente que ni siquiera sabía dónde estaba la India", dice James Michaels en un documental sobre la vida de Gandhi.

Mohandas Gandhi llevó a su país a la independencia a través del silencio y la resistencia e inspiró movimientos por los derechos civiles y la igualdad en todo el mundo. Pero de todas las sentencias de este hombre me quedo con aquella que dice que somos espejos. Que todo lo que vemos fuera de nosotros, lo que nos agrede, lo que nos mueve, lo que admiramos, es un reflejo de lo que tenemos dentro. Luces y sombras. Tal vez un impulso reprimido, una emoción no aceptada o un potencial que no hemos aún reconocido en nosotros.

“We but mirror the world. All the tendencies present in the outer world are to be found in the world of our body. If we could change ourselves, the tendencies in the world would also change. As a man changes his own nature, so does the attitude of the world change towards him. This is the divine mystery supreme. A wonderful thing it is and the source of our happiness. We need not wait to see what others do.”

Por eso, para cambiar el mundo, hay que empezar por uno mismo, lo que se llama la "ecología del metro cuadrado", cuidarnos y cuidar de nuestro entorno más cercano. Hacerlo con pequeños gestos. Hacia nosotros y hacia el otro. No crear falsas percepciones de lo que ocurre alrededor mirando al otro con aceptación y sin juicio, porque únicamente somos hologramas.

sábado, 13 de mayo de 2017

Procesos

El tiempo pasa. Tic tac, tic tac. Y lo cambia todo. De repente, reconoces el proceso; es a veces, lento e imperceptible. Sin embargo, no cesa.
En la India todo fluye, la vida se abre paso, el tráfico nunca para, en el caos hay siempre un constante e incluso terco movimiento hacia delante.
Puedes dejarte arrastrar o puedes pararte a observarlo todo, el amanecer y el atardecer, los festivales, cómo los rangolis pierden el color y su definición en la puerta de las casas, cómo crece el vecino y da sus primeros pasos, cómo se va encorvando el abuelito de la casa azul que hay camino de la escuela, cómo cada día hay más telarañas en el rincón y cómo el calor va siendo poco a poco más insoportable hasta que una tarde, sin esperarlo, cae una lluvia de gotas gordas y frescas que lo inunda todo.
Tenemos todo el tiempo del mundo, porque el tiempo no existe. Tenemos todo el tiempo que la vida nos da. Lo podemos medir para sentir que todo está bajo control, pero eso no nos hace más capaces. ¿Cuántos días hemos contado realmente como nuestros?
Vivir con presencia, integrar el concepto intangible que hay detrás de lo tangible, de lo que podemos asir con las manos, guardar en un armario o en un banco o verbalizar con concreción. Observar simplemente los procesos que hay dentro y fuera de nosotros. Sin juzgar. Eso supone entender la vida y la muerte. El crecimiento. El aprendizaje. El clima. La naturaleza. La evolución. Y la enfermedad. Todo a nuestro alrededor.

No voy a decir adiós, porque decir adiós significa no volver y no volver supone olvidar, le dijo Peter Pan. No voy a decir adiós, porque hay muchas cosas que quiero recordar.

viernes, 10 de marzo de 2017

Pedagogía del oprimido

A veces cuando observo aquí a los trabajadores que ocupan un rango inferior, que provienen de una casta más baja en la sociedad, me doy cuenta de que el servilismo y la aceptación que les caracteriza tiene mucho que ver con aquello que le preocupaba a Freire, hacer consciente al oprimido de que lo es, desvelarle el secreto de la opresión.
El oprimido idealiza al opresor, al director autoritario, y encuentra en él los valores más auténticos y positivos cuando este le permite hacer lo que le corresponde por derecho. Le sirve, le respeta, le honra, sin preguntarse. Lo que pretenden los opresores es cambiar la mentalidad del oprimido y no la situación que los oprime a fin de lograr una mejor adaptación a la situación y por ende una mejor y más fácil dominación. Reconozco muy bien ese discurso. Es el discurso del colonialismo y de la Iglesia, al menos, de algunas de sus facciones.
La vieja lectura de la Pedagogía del oprimido que tanto me costó toma ahora todo su sentido, en un ambiente rural con un elevado porcentaje de población analfabeta o con una formación escasa de escuela primaria.
La mujer tampoco se da siempre cuenta de que vive con miedo, sin libertad. Mi marido es bueno porque no me pega, me dice A., pero él no te pega porque no le das razones que lo justifiquen, sin embargo no haces esto o lo otro para evitar su castigo, pienso yo.
Darme cuenta de esta situación, de la poca conciencia que tiene esta gente de la injusticia social que les rodea es desesperanzador. La realidad es que no pueden preocuparse de nada más sino de que sus necesidades básicas y las de su familia estén cubiertas.
Solo es a través de la consciencia, de la educación y de la lucha cómo será posible la transformación. Nada que llegue de fuera de sí mismos va a cambiar su actitud ante la vida, su situación.
La educación ha de ser una práctica de libertad y de igualdad. La educación ha de ser experiencial y respetuosa. Cualquier otro tipo de metodología no hará más que perpetuar este sistema desigual, jerarquizado y estático.



sábado, 21 de enero de 2017

Hampi Express

Si alguna vez he pensado en la India, si alguna vez he soñado cómo sería, Hampi se acerca mucho a esa visión. 24 horas allí se convierten siempre a mis ojos en una semana de aventuras y desconexión del mundo.
Templos allá donde mires, arrozales, formaciones graníticas, palmerales, el río, la lluvia tropical.
Reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y por los escaladores como uno de los lugares más interesantes de escalada en bloque en el mundo, está situada entre las ruinas de la capital del imperio Vijayanagara, pero describir solo la riqueza de sus templos no haría justicia.
Hampi es un oasis con infinitos bloques para escalar, infinitos kilómetros de arrozales y naturaleza que recorrer con la motocicleta, infinita música de tambores e instrumentos tradicionales contenida en una pequeña tienda, infinitas sorpresas. Tan pronto te encuentras en un paisaje apocalíptico como te sientas a tomar una cerveza en un chill out, recorres una calle llena de puestos de artesanía de la India o cruzas el río en una barca que parece un cuenco de desayuno.
La naturaleza nos sana, solo me siento plenamente libre en lugares como este. Los atardeceres tiñen los campos de un denso y ligero color naranja que llena de paz. Y si aún no fuera suficiente siempre puedes visitar uno de los establecimientos en los que te ofrecen masajes ayurvédicos.